Día seis: Olvido
Hoy tuve una sesión bastante interesante con mi tutor. Es curioso que use la palabra interesante para describir nuestro encuentro de hoy porque no hablamos de poesía, del todo. Y lo digo porque últimamente sólo me interesa eso y nada más.
Hoy, mi señor Fábregas y yo hablamos de una nueva invención que parece estar tomando mucha importancia en el mundo: el cinematógrafo. Según me dice, es un aparato que proyecta una luz cuadrada sobre una tela o una pared, y sobre esa luz se ven imágenes en movimiento; como decir una fotografía moviéndose. No puedo siquiera imaginar lo que debe ser eso. Él sí lo ha visto y trató por todos los medios de describírmelo, pero yo no le hallo ni pies ni cabeza. Mi madre me compara siempre con Santo Tomás; dice que tengo que hundir la mano en la herida para creer. Aún así, siendo mi tutor quien me cuenta de esta maravilla, no podría osar ponerlo en duda. Nuestra conversación no fue tan larga como las de los otros días pues tenía un compromiso ineludible, dijo.
Cuando estuve sola, sentada en la banqueta, debajo del cedro que me soplaba la nuca con su sombra, en medio del infierno que hacía justo después de la siesta, me preguntaba si su compromiso sería con alguna mujer. No sé porqué, sólo me lo preguntaba.
Cuando estuve sola, sentada en la banqueta, debajo del cedro que me soplaba la nuca con su sombra, en medio del infierno que hacía justo después de la siesta, me preguntaba si su compromiso sería con alguna mujer. No sé porqué, sólo me lo preguntaba.
En esa soledad prematura y no pedida, me puse a hojear el libro que el señor Fábregas me dejó para leer como tarea. Me preguntaba si tendría muchos libros y si me dejaría verlos alguna vez. Talvez algún día reúna el coraje necesario para preguntárselo.
Al levantarme para volver a casa, barrí con los ojos en forma rápida la banqueta, sólo para verificar que no olvidara nada. Entonces mi estómago dio un salto: ¡mi tutor había olvidado su chaqueta negra!
La tomé de inmediato y por algún instinto extraño me la llevé a la nariz. Olía a colonia y a humo, pero no a humo negro, a humo blanco, de tabaco. Me pareció raro porque nunca le he visto fumando. Pero ¿qué digo?, si lo veo tan poco que ¿cómo voy a saber yo si fuma?
La doblé a lo largo y me la encajé en el brazo, opuesta al libro. Llevaba su libro y su chaqueta en mis manos como si fueran un tesoro. Después de todo, pertenecían a una de las personas que más admiro.
Mientras escribo estas líneas, su chaqueta me observa desde la silla donde la puse al llegar.
La tomé de inmediato y por algún instinto extraño me la llevé a la nariz. Olía a colonia y a humo, pero no a humo negro, a humo blanco, de tabaco. Me pareció raro porque nunca le he visto fumando. Pero ¿qué digo?, si lo veo tan poco que ¿cómo voy a saber yo si fuma?
La doblé a lo largo y me la encajé en el brazo, opuesta al libro. Llevaba su libro y su chaqueta en mis manos como si fueran un tesoro. Después de todo, pertenecían a una de las personas que más admiro.
Mientras escribo estas líneas, su chaqueta me observa desde la silla donde la puse al llegar.