Día veinte: La muerte

A Gustavo Fábregas, in memoriam

Inspirado en un poema de William Eduarte

Te quitás el anillo.
Lo ponés en la mesa de noche.
Lo ponés en la cómoda.
Nunca en la cama
como si ahí fuera a pesar más.

Tenés miedo
de que en la cama se hunda
y succione el cuarto
y a nosotros dos
(con esta farsa por delante)
hasta el infierno de tus rezos.

Deberías probar
ponerlo en la cama.
Puede que suceda.

Día diecinueve: Obsesión

No puedo caminar en paz por la casa.
La perra me persigue
y me muerde las pantorrillas.
En realidad,
muerde lo que puede,
lo que alcanza.
Su persistencia me asusta.

Perra de circo,
brinca y me pellizca las nalgas.
Sus pequeños colmillos
son armas gentiles
que me desesperan.
La regaño pero no le importa,
responde a mis gritos con más gritos.

Talvez no es su culpa.

Talvez,
como a vos,
sólo le gusta mucho
el olor de mis piernas.

Día dieciocho: Ilusión óptica

La luz es diferente en todas partes.
Sé que algo heavy va a pasar
cuando todo cambia de color.
Más intenso,
más claro,
un cambio siempre
de veinte matices
o más.
Se reenfoca el lente de la pupila,
el momento se ensancha,
todo parece irreal
y finalmente,
la náusea.
Como cuando te vi
por primera vez.

El recuerdo de vos es
una aurora boreal.

Día diecisiete: Decisión

En este momento
no me interesa abogar por la vida.
Suficientes defensores tiene
ese estado de euforia y agonía
que sufrimos los seres vivos.
Quiero decir en este día lento
que si ni a un perro se le niega
el derecho de morir
no han de negármelo a mí.
Se me antoja dejar de vivir.
No porque esté triste,
no por falta de amor,
no porque una enfermedad terminal
carcoma mi carne entre dolores y malos olores,
no porque mi vida haya perdido el norte,
pero porque quiero morir.
Es un deseo sencillo,
¿acaso no tengo derecho a desear lo que quiera?
Quien me vea jamás podrá pensar
que deseo semejante cosa.
Siempre sonriendo,
arreglada,
hablando del futuro
como si fuera algo cierto.
Supongo que todos siempre
llevamos esto escondido sin saberlo
hasta que sale.
Hoy, más que un deseo,
es mi decisión.
Un detalle escapa a mi plan:
no soy suicida.
Necesito ayuda.
Alguien que no tenga temor
de sublimar sus instintos asesinos
por vez primera
o talvez alguien con espuela
en los menesteres de ayudar al prójimo
a cruzar la línea,
como sea, me puede llamar.
No necesita presentar referencias;
aceptaré al primer voluntario
que haga el favor de matarme.
Le estaré literalmente agradecida
hasta la muerte.

Día dieciséis: Deseo

Por fin hoy
lo dije en voz alta:
Espero no volverte a ver
en la vida.
Ni en la muerte.

Día quince: Casualidad

Nunca supo donde vivía yo.
No le dije,
no preguntó.
El martillazo talvez
fue una calle arriba.
Al ruido en el portón
asomé medio ojo
por la cortina.
La sangre en su mirada
me dijo que ya no veía,
pero talvez sí.
Por eso saqué la cara
antes de volver a mi café.
Que me viera.

Con razón el balazo
sonó a carcajada.

Día catorce: Metamorfosis

En ese instante
cuando todo se detiene
el movimiento
me penetra y sale
despacio
por cada poro
como miel chorreando
de una celda de cartón.
En ese instante,
¿qué soy?
Una mancha en el aire,
una partícula de voz,
una música nueva,
la única espectadora
en el debut
de mi piel.