Día diecisiete: Decisión

En este momento
no me interesa abogar por la vida.
Suficientes defensores tiene
ese estado de euforia y agonía
que sufrimos los seres vivos.
Quiero decir en este día lento
que si ni a un perro se le niega
el derecho de morir
no han de negármelo a mí.
Se me antoja dejar de vivir.
No porque esté triste,
no por falta de amor,
no porque una enfermedad terminal
carcoma mi carne entre dolores y malos olores,
no porque mi vida haya perdido el norte,
pero porque quiero morir.
Es un deseo sencillo,
¿acaso no tengo derecho a desear lo que quiera?
Quien me vea jamás podrá pensar
que deseo semejante cosa.
Siempre sonriendo,
arreglada,
hablando del futuro
como si fuera algo cierto.
Supongo que todos siempre
llevamos esto escondido sin saberlo
hasta que sale.
Hoy, más que un deseo,
es mi decisión.
Un detalle escapa a mi plan:
no soy suicida.
Necesito ayuda.
Alguien que no tenga temor
de sublimar sus instintos asesinos
por vez primera
o talvez alguien con espuela
en los menesteres de ayudar al prójimo
a cruzar la línea,
como sea, me puede llamar.
No necesita presentar referencias;
aceptaré al primer voluntario
que haga el favor de matarme.
Le estaré literalmente agradecida
hasta la muerte.