Día dos: Osadía
He notado al Señor Fábregas un poco distante el día de hoy. Temí por mi futuro; por un instante creí que había decidido no acogerme bajo sus sabias alas. Después, cuando me dio una lista de autores a buscar, con la respectiva sugerencia de leerlos cuidadosamente, mi corazón dio un salto alegre porque supe que había sido aceptada.
Acabo de salir de la inmensa biblioteca que, bendita sea la conveniencia, tengo a unos cuantos pasos; casi podría decirse, sin miedo a hiperbolizar, que al alcance de los dedos. Me pasé toda la mañana buscando pero no es fácil: son autores selectos los que me propone como primeras luces del camino. Selectos, esa es la palabra; él los seleccionó especialmente para mí por algún motivo, por eso es tan importante que los encuentre y logre compenetrarme con ellos.
Al salir de la biblioteca, me senté un rato, como lo hago todos los días, a observar a la gente que pasa despreocupada por la calle. De inmediato captó mi ojo una figura masculina. Talvez debería mostrar un poco de pudor al tratar temas que por mi condición de mujer no me competen y que son karma social, pero mi experiencia y mi corta edad me dan la palabra por el simple hecho de ser; yo nada más la tomo.
Acabo de salir de la inmensa biblioteca que, bendita sea la conveniencia, tengo a unos cuantos pasos; casi podría decirse, sin miedo a hiperbolizar, que al alcance de los dedos. Me pasé toda la mañana buscando pero no es fácil: son autores selectos los que me propone como primeras luces del camino. Selectos, esa es la palabra; él los seleccionó especialmente para mí por algún motivo, por eso es tan importante que los encuentre y logre compenetrarme con ellos.
Al salir de la biblioteca, me senté un rato, como lo hago todos los días, a observar a la gente que pasa despreocupada por la calle. De inmediato captó mi ojo una figura masculina. Talvez debería mostrar un poco de pudor al tratar temas que por mi condición de mujer no me competen y que son karma social, pero mi experiencia y mi corta edad me dan la palabra por el simple hecho de ser; yo nada más la tomo.
Era un hombre joven, cara blanca y lampiña, de unos treinta años. Se me presentaba plagado de superlativos tanto en guapura como en plante, altura y virilidad. Llevaba una coleta hacia la base de la nuca de cuyo nudo sobresalían unos cuatro centímetros de cabello negro, a la usanza de los caballeros de esta época. Por debajo de la cola, una cortina de cabellos más cortos e igual de rebeldes se abrazaban al cuello.
Mientras yo lo miraba él se movía en pasos cortos, sin abandonar cuatro adoquines laterales al cedro enano, que enverdece el paisaje frente a la barbería. Parecía que esperaba a alguien.
Mientras yo lo miraba él se movía en pasos cortos, sin abandonar cuatro adoquines laterales al cedro enano, que enverdece el paisaje frente a la barbería. Parecía que esperaba a alguien.
De pronto su cabeza giró hacia mí y chocamos los ojos. Yo, todavía no entiendo porqué, poseída por una fuerza bruta que desconozco, le sostuve la mirada por unos segundos que fueron más que eso. Fueron días enteros en un embudo. Cuando murió el momento, mis niñas buscaron el suelo y juro que no pude anticipar el súbito calor en mi cara. Me quedé escarbando con la vista el adoquín de este lado de la calle y sólo alcé el rostro cuando el aire se volvió fresco de nuevo, cuando todo se quedó quieto y en su lugar. Él ya no estaba.
Me levanté, sacudiendo mi falda y volví a la biblioteca. Tenía que volver a lo mío. No quería que el Señor Fábregas tuviera la impresión de que yo estaba tomando mi pasantía a la ligera y, de algún modo, sentía que me vigilaba.
Me levanté, sacudiendo mi falda y volví a la biblioteca. Tenía que volver a lo mío. No quería que el Señor Fábregas tuviera la impresión de que yo estaba tomando mi pasantía a la ligera y, de algún modo, sentía que me vigilaba.
2 Comments:
Necesidad que es saciada, señor, cada día, cada momento que me hace el honor de compartir sus letras conmigo.
Nos... nos Señorita Flores...
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