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Location: Ciudad Antigua, Siglo Pasado

Saturday, September 23, 2006

Día cuatro: Locura

Casi llego tarde a la cita con mi Señor Fábregas esta tarde después de la hora de la siesta. Yo no me lo habría perdonado; talvez él sí. Detrás de esa careta de dureza y seriedad, presiento que mi tutor es más tierno y jovial de lo que aparenta. Bueno, en realidad él no aparenta nada. Él solo es, punto.
Me entretuve charlando con Carlotta, mi pequeña amiga y vecina. A Carlotta la sostuve en mis brazos, con sumo cuidado pues apenas dejaba de ser niña yo misma, cuando tenía un día de nacida y sus padres la trajeron al vecindario donde viven y vivo. Los trece años que nos separan en edad nunca han sido obstáculo para la amistad que nos une, casi como si fuéramos familia. Ya casi cumple seis años y es una pequeña vivaracha y curiosa, de cabello castaño que su madre peina en bucles perfectos cada mañana, sin perdón. Tiene ojos inmensos y locuaces al extremo; no saben ocultar los sentimientos y pensares de su dueña. Yo la conozco tan bien que con sólo una mirada a esos ojazos puedo predecir la llegada de una travesura o una pregunta audaz.
Al salir de mi casa, con el tiempo que yo consideraba suficiente para recorrer con calma todo el camino hasta la plazoleta donde mi tutor me esperaba, me la encontré al lado de la fuentecilla en el patio común. Soplaba dientes de león con la fruición que sólo los niños despliegan en esos menesteres que a los adultos nos parecen nimios. Me mojé la punta de los dedos en la fuente y los abaniqué en su cara para captar su atención. Me miró y volvió de inmediato a lo suyo sin siquiera sonreír. Entonces me detuve en seco, sin ganas de desistir en mi intento de sacarle unas risas.
Me planté frente a ella y empecé a desplegar toda mi galería de morisquetas; hasta hice uso de mis manos y mi pelo, para enfatizar en mi esfuerzo. Yo tenía los ojos cerrados por la naturaleza de la mueca que ostentaba en el momento, cuando escuché el redoble juguetón de sus carcajadas. Sonaban como lluvia en un cántaro a medio llenar. Los dientes de león habían pasado a segundo plano y el circo de mi cara era su mundo en ese instante.
-¿Ves?- le dije- Tu Florencia está tan loca que puede hacerte reír sin esfuerzo.
Sus ojos se abrieron como lo hacen cuando algo la asusta.
-¿Estás loca, Florencia?- me preguntó.
-¡Sí! ¡Mucho!- contesté sonriente. Carlotta empezó a hacer pucheros.
-¿Qué pasa, pequeña? ¿Porqué vas a llorar?- le dije, alarmada.
-Porque mi mamá dice que los locos son malos…
Los siguientes diez minutos los dediqué a consolarla de anticipado, evitando un derramamiento innecesario de lágrimas y explicándole que estar loco no es algo malo, que todos somos un poquito más o un poquito menos locos.
La dejé con sus juguetes de soplar, sonriendo y sacudiendo sus manitas hacia mí, en un hasta pronto. Me fui más de prisa de lo que hubiera querido, al encuentro de mi tutor, repitiendo para mis adentros que la locura está muy desprestigiada. Que todos necesitamos estar un poco locos para sobrevivir.

1 Comments:

Blogger Florencia said...

Amén.

10:22 AM  

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